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Número 297-298

Serie XXX

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La condena del socialismo en la «Rerum novarum» de León XIII

LA CONDENA DEL SOCIALISMO
EN LA "RERUM NOV ARUM" DE LEON XIII
POR
Josñ MARÍA PETIT Suu.Á (*)
La encíclica Rerum novarum aborda, a los catorce años del
pontificado de Le6n XIII, la llamada cuesti6n obreta. Como el
mismo Pontífice señalaba, dicho documento aparecía después de
las encíclicas Diuturnum illud (1881) sobre el podet político, In­
mortale Dei ( 1886) sobre la constitución cristiana de lds Estados
y
Libertas ( 1888) sobre la libettad humana; encíclicas todas ellas
que trataban cuestiones sociales en el sentido amplio y profundo
de la
palabra ; como cuestión social eta también, aunque en el
plano
específicamente económico, la que se ocupaba ahdra, en
1891, de la condici6n de los obreros.
La encíclica plantea de inmediato, después de la introducción
en que justifica la urgencia y gravedad
del tema, la refutación de
las tesis socialistas. Adviértase que en
el documento no se habla
de comunismo, puesto que las «ideas» debatidas
se consideraron
siempre como «socialistas», aunque la
organizaci6n política con­
creta se dividiera en socialismo y comunismo después del triunfo
de la revolución bolchevique, bien entrado el sigld xx.
Aunque voy a referirme a
un aspecto concreto de la mencio­
nada encíclica, quisiera advertir como marcd global que difícilmente
se entenderá la posición de la Iglesia en estas materias si se dilu­
ye, tanto la condenación de los errores socialistas,
como la afirma­
ción, que preside todo
el documento, de que el fin de las relaciones
económicas
es el bienestar social -entendido como aquel orden
social en el que pueden los hombres estar en disposici6n de
acep­
tar el más alto fin a que Dios los destina, al crearlos a su imagen
y semejanza-- y no la acumulación de riquezas, la cual siempre
se dará de hecho en las manos de los mejor situados por la fortu-
(*) UniversW.d Central de Barcelona.
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na. La condena de lo que algunos llamarían el capitalismo, pero
que debería ser llamado con más amplitud -porque amplio es
el mal que se denuncia-el liberalismo socio-político-econ6mico,
es tremendamente cdntundente en el párrafo segundo de la encí­
clica, justamente al realizar
el análisis de la cuestión que se debate.
Escribe allí
el Papa: «Destruidos en el pasado siglo los anti­
guos
gremios de obreros, sin ser sustituidos por nada, y al haberse
apartado las naciones y las leyes civiles de la religión de nuestros
padres,
poco a poco ha sucedido que los obreros se han encontrado
entregados, solos e indefensos, a la inhumanidad de sus patronos
y a
la desenfrenada codicia de los competidores. A aumentar el mal,
vino voraz la usura, la cual, más de una vez condenada por senten­
cia de
la Iglesia, sigue siempre, bajo diversas formas, la misma en
su ser, ejercida por hombres avaros y codiciosos. Júntase a esto que
los contratos de las obras y el comercio de todas las cosas están,
casi por completo, en
manos de unos pocos, de tal suerte que unos
cuantos hombres opulentos y riquísimos han puesto sobre
los hom­
bros de
la innumerable multitud de proletarios un yugo casi de
esclavos» (núm. 2).
Supuesto, pues, este
marcd global en que se denuncia el origen
del mal, la condena de los principios socialistas puede verse refle­
jada en tres puntos principales que referiré en esta exposici6n.
Hay que empezar por dejar sentada la condena global de la lucha
de clases y el fomento del odio hacia los patronos que,
comd es
obvio, es condenada por el Papa León XIII, tanto en nombre de
la raz6n como en nombre
de la doctrina cristiana de la mutua fra­
ternidad,
según lo expresa en el párrafo 15 de la encíclica.
Centrándome en el tema del juicio de León
XIII en esta encí­
clica sobre la doctrina social, señala el Pontífice que el socialismo
se enfrenta al problema obrero con una visi6n monista de la socie­
dad,
es decir, en el srn;ialismo el hombre es visto como elemento
de la única sustancia real, la colectividad.
En consecuencia, la doc­
trina socialista juzga que el mal de la sociedad, el origen de todos
los demás males,
es la afirmación .de la prioridad de la persona
frente a la sociedad; de
ahí el nombre de socialismo comd la doc­
trina que quiere establecer la primacía de lo social sobre lo indi-
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vidual. Ahora bien, este monismo social tiene tres vertientes que
se plasman en tres reiteradas tesis de la doctrina socialista que se
pueden plasmar así:
1. En la sociedad se han de impedir las diferencias individua­
les, de modo especial en el plano económico.
2. No hay derecho a la propiedad privada, y menos de los
bienes de producción.
3.
El Estado ha de ejercer una acción social de modo que,
entre
otros, asegure los objetivos anteriores.
La expcisición y crítica de estas tesis socialistas tienen en la
encíclica de
León XIII un tratamiento proporcionado a la grave­
dad de la afirmación que, en las postrimerías del siglo
XIX, se
centraba de modo reiterativo en la negación de la propiedad pri­
vada de
la misma manera que, por el lado de exigencia pdsitiva,
el Papa insistía en esta encíclica de modo preferente en el justo
salario. Obviamente, siendd la llamada «cuestión obrera» un asun­
to predominantemente económico, el tema de la propiedad priva­
da tiene una extensión mucho mayor y
el Papa proponía como fin
de las relaciones económicas que todos los obreros tuviesen acceso
a la propiedad. Así como, por la misma razón, se atenderá en dicho
documento, de modo particular, al tema
del justo salario, enten­
diendo
pdr tal un salario que pueda ser llamado un salario fami·
liar y un salario que convierte a los que no tienen otra fuente de
ingresos en un salario del que quede un sobrante para la adquisi­
ción de crecientes propiedades.
Centrando ahora el problema en la relación individuo-socie­
dad la Iglesia ensefia, en este documento, que el origen del mal
nd es el denunciado por el socialismo. Que la subcrdinación de
la persona individual a la sociedad no
es la solución al problema
soc.ioeconómico, sino que, por el contrario, el socialismo es un
ettot fundamental que aumenta el mal que pretende resolver. La
justificación de estas tesis leoninas, digamos «personalistas», no
es económica, sino que está tomada del mismo orden natural,
es
decir, expresan la vertiente socioeconómica de la misma naturaleza
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humana. Y este fundamento natural es lo que da profundidad e
incluso actualidad a
la enseñanza pontificia. Podemos resumir, por
consiguiente, también en tres estas tesis católicas que se oponen
a los respectivos errores socialistas:
l. La naturaleza ha hecho a los hombres esencialmente igua­
les, pero accidentalmente diferentes. Obligar a todo hombre a
«igualarse» con los demás en todas las dimensiones del quehacer
humano, no puede hacerse
más que impidiendo el desarrollo de
las mejores cualidades de cada hombre particular. Ahora bien, esto
no sólo va en detrimento
de él, sino de toda la sociedad que se ve
privada de aquel bien que, de no realizarlo aquella persona indi­
vidual, no será ejercido
por ninguna otra. El orden social no es
la uniformidád de lo homogéneo, sino la proporción de lo dife­
rente, pues sólo así se alcanza la riqueza en que consiste
la vida
social. Ahora bien,
¿ es legítimo admitir esta desigualdad también en
el orden económico? Sí -responde León XIII-, en la medida
en que su negación comportaría
la desaparición de las diversas
cualidades naturales que a su vez hacen posible
la sociedad. En
efecto, en la medida en que toda actividad tiene su remuneración
económica, la estricta igualdad
de esta última no puede hacerse sin
negar la diferente cualidad· de
la actividad humana. Es un hecho
reiteradamente comprobado que la inmensa mayoría de los hom­
bres necesitan de otro
mayor talento y capacidad de trabajo para
que sea también aprovechable y útil el suyo propio. La igualdad
económica forzada
por el poder político impediría tremendamente
el desarrollo social y, por otra parte,
jamás conseguiría lo mismo
que pretende, pues siempre se generarían diferentes situaciones
sociales. Con
un agravante: que las desigualdades, al no tener fun.
damento natural
-sino el que se derivaría de hecho de la astu­
cia-, serían más injustas y por ello más odiosas.
Veamos cómo expresan este principio las palabras de León
XIII:
«Como primer principio, pues, debe establecerse que hay que res­
petar la condición propia
de la humanidad, es decir, que es impoc
sible el quitar en la sociedad civil toda desigualdad. Lo andan in-
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tentado, es verdad, los socialistas; pero toda tentativa contta la
naturaleza
de las cosas resultará inútil. En la naturaleza de ]os
hombres existe la mayor variedad: no todos poseen
el mismo in­
genio, ni la misma actividad, salud o fuerza; y de diferencias tan
inevitables síguense necesariamente las diferencias de las condi­
ciones sociales, sobre todo en
la fortuna. Y ello es en beneficio
así
de los particulares como de la misma sociedad; pues la vida
cdmún necesita aptitudes varias y oficios diversos ; y es la misma
diferencia de fortuna, en cada uno,
la que sobre todo impulsa a
los hombres a ejercitar tales oficios» (núm. 14).
Ahora bien, aunque la desigualdad
ecou6núca no puede anu­
larse, ello tiene
su propia medida y que es el límite que impone
la solidaridad humana. En concreto, enseña
León XIII, el sistema
ecdnómico no debe aumentar las diferencias naturales, sino, al
revés, disminuirlas en
id posible, sin negar el entramado social que
genera la
riqueza. De este modo, resumiendo la doctrina social de
la Rerum navarum en este primer aspecto, cabe decir que la Igle­
sia condena
el hberalismo, entendido ahora como capacidad de
pactar cualesquiera salarios y cdndiciones de trabajo, y
la llamada
usura en la prestación de dinero, y desaprueba expresamente la
concenttación de los mayores bienes en manos de unos pocos. Pero
considera
más nefasto el principio igualitario, porque es todavía
más antisocial que el mal que pretende resolver. Paso ahora al
segundo principio de la doctrina católica expuesta en la endclica.
2.
La propiedad privada está al servicio de la realización de
cada persona, que no satisface con la posesión transitoria o uso
inmediato de los bienes, sino con la constante posesión que ase­
gura el futuro de sus necesidades. La propiedad privada es el nor­
mal resultado del ahorro y
perpetúa la posesión de lo que no ha
sido consumido de inmediato y, en consecuencia, abarca tantd a
los bienes de consumo
como a los bienes de producción. Negarle
al hombre el derecho a la propiedad de tales bienes, para conver­
tirlo en un
forzadd consumidor inmediato, es reducir al hombre a
a
la condición de animal. En efecto, los animales no poseen nada
como propio. Propiedad
y ahorro son valores complementarios y
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ambcis están al servicio de que el hombre use su enteudimieuto do­
minando las condiciones econ6micas y ejerciendo una previsión
que a la vez que asegura su porvenir convierte a su entorno mate-­
ria! eu un ámbito que le dignifica y eualtece. La propiedad expresa,
realza y aun
favocece la naturaleza racional del hombre. A su vez,
este principio tieue también su límite.
La medida reguladora de
esta propiedad
es que ha de teuer concieucia de estar también al
servicio de la sociedad, lo cual se produce,
ya de una manera na­
tural, ya con un estímulo de caridad, cuando el hombre se sabe
rodeado de hombres necesitados.
Así, pues, podemos ver un triple
ocdeu de razones para fun­
damentar la propiedad privada y, eu consecueucia, negar el error
socialista, el error, digamos, que
más ha motivado enfreutamieu­
tos sociales.
Las tres razones las podemos enconttar fundadas en
ttes principios complementarios:
Por un lado hay una razón de
necesidad, derivada tanto de la
capacidad del hombre como de las dificultades grandes que ofrece
la naturaleza para la subsisteucia humana.
De alú que la mayor
importancia de la propiedad
se da siempre en el ámbito rural y
de los bienes derivados
de la actividad que podemos llamar pri­
maria.
Otta razón se funda en lo que podemos llamar legitimidad
o «premio», que resulta por el ttabajo humano y el ahorro com­
plementario. Finalmente, una tercera razón la podemos llamar de
dignidad al poner la propiedad en la línea del ser libre e inteli­
gente del hombre. Justifiquemos un
poco más cada uno de estos
tres motivos que pueden hallarse en
el documento papal.
Una razón, decía,
se funda en la necesidad de proveer a un
futuro incierto mediante el aseguramiento de un bien presente.
La
propiedad aquí cumple una función de «conservación», de «previ­
sión», pues, en efecto, «el hombre no
es un animal con perfectos
instintos a quienes basta el usd de
los bienes existeutes que están
a su alcance» (núm. 5). «El hombre requiere bienes estables y
per­
petuos que corresponden a la perpetuidad del socorro que nece­
sita» (ibídem).
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CONDENA DEL SOCIALISMO EN LA «RERUM NOVARUM»
Otra razón más propiamente ética se funda en el derecho al
premio que se deriva de
la virtud del ahorro, pues se entiende la
propiedad como resultado del ahorro, idea por otra parte, domi­
nante en la encíclica ( al que dedica íntegramente el largo párrafo
número 37).
En. efecto, si se quita la propiedad se elimina el es­
tímulo del ahorro tan importante en el acrecentamiento de rique­
za no sólo individual, sino también ccilectiva. Toda riqueza es fru­
to de un ahorro.
La última razón, más formalmente humana, se funda en la na­
turaleza libre del hombre que es el único ser de
la creación sensible
que se «gobierna a sí mismo».
La propiedad está entonces al servi­
cio de la propia dignidad. Darle al hombre «lo que necesita»,
comd
pretende el socialismo estricto, aun cuando fuera muy suficiente,
sería tratarle como a
un animal. El hombre regula su propia acti­
vidad y dispone de
lo que le rodea como ser libre que ejerce un
dcJminio -dado por el Creador-sobre la naturaleza que él trans­
forma y mejora dándole «su propio sello».
El trabajo, en verdad,
nos hace
poseedores de lo que resulta del mismo y no sólo «con­
sumidores».
Los párrafos dedicadds al derecho a la propiedad son numero­
sísimos en esta encíclica. A lo largo de seis apartados ( desde el
número tres hasta el ocho de
la encíclica) se desarrollan las razo­
nes dedicadas a explicar la necesidad y naturalidad de la propiedad
privada ; en
el número treinta reitera de nuevo la necesidad de
que las leyes garanticen este derecho fundamntal del hombre.
La función social de la propiedad, que no niega en lo más mí­
nimo el derecho de propiedad, está también explicitado en la en­
cíclica en el apartado dedicado a la posesión
y uso de las riquezas,
con lo que el derecho a la propiedad adquiere su justo·
límite. En
efecto, citando a Santo Tomás escribe: «El hombre no ha de tener
los bienes externos éomo propios, sino como comunes, de suerte
que fácilmente los comunique con los demás cuando lo necesita­
ren» (núm. 19).
3.
En última instancia, el error socialista se manifiesta con
mayor crudeza cuando pretende itnponer al Estado
por encima del
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individuo y de la familia. Mientras estas dos realidades son natu­
rales en primer grado,
el Estado lo es sólo en la medida en que
sirve a la comunidad de hombres individuales y
de familias. En
efecto, frente al Estado, la familia -y no sólo el individu<>-tie­
ne realidad propia.
El hombre no nace en un Estado, sino en una
familia, siendo ella
ya la primera e insustituible sociedad. Desde
ella se accede a
la sociedad total, pero ella sigue siendo el modelo
de toda sociedad.
El Papa León XIII llega a decir en esta endcli­
ca que la familia ha de tenerse como sociedad perfecta. Natural­
mente, no puede referirse, al decir esto, a la totalidad de los bienes
que se alcanzan en la familia por contraposición a
la sociedad civil
total, pues en sentido «extensivo» el
Estado es superior a la fami­
lia. Pero sí se refiere esta perfección a que en la familia se incoan
todas las cualidades humanas, y
se viven todos los deseos y las
motivaciones más profundas del hombre.
V
ale la pena recoger las palabras textuales del Papa en este
tema de la relación familia-Estado: «A
la manera que la conviven­
cia civil
es una sociedad perfecta, también lo es -según ya di­
jimos-y del mismo modo la familia, la cual es regida por una
potestad privativa,
la paternal. Por lo tanto, respetados en verdad
los límites, de su propio fin, la familia tiene al menos los mismos
derechos que la
sociedad civil, cuando se trata de procurar y usar,
los bienes necesarios para su existencia y justa libertad. Dijimos
al
menos iguales: porque siendo la familia lógica e históricamente an­
terior a la sociedad civil, sus derechos y deberes son necesaria­
mente anteriores y más naturales. Por lo tanto, si los ciudadanos
o las familias, al formar parte de la sociedad civil, encontraran en
el Estado dificultades en vez de auxilio, disminución de sus de­
rechos en vez de tutela de los mismos, tal sociedad civil sería más
de rechazar que de desear» (núm. 10).
Y, en la medida en que la sociedad familiar inhiere en el desa­
rrollo socioeconómico de toda la sociedad, hay que advertir que
al decir la familia no debe olvidarse la motivación paterna del
trabajo que,
al dirigirse hacia los hijos como destinatarios natu­
rales de sus esfuerzos, resulta ser el más profundo motor de la
actividad económica que redundará principalmente en el aumento
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de ahorro, lo cual conlleva siempre una riqueza social. Por ello, en
concreto,
es éste un gran motivo para defender la propiedad pri­
vada que, en la mayoría de
los casos, es sinónimo de patrimonio
que para dejado a los hijos
se sustrae al consumo y se cultiva y
acrecienta con el mayor interés. Y esta tesis
es válida a todos los
niveles de propiedad.
Al igual que en los puntos anteriores, también
aquí hay que
hablar de una prudente medida que regula
la legítima intervención
del Estado en los asuntos
sdciales y, en concreto, económicos. Por­
que, en efecto, para frenar una serie de desviaciones y abusos en
las relaciones humanas sociales
el Estado debe, escribe el Papa,
«emplear, dentro de los obligados límites,
la fuerza y la autoridad
de las leyes ... Los derechos, de quien quiera que sean, han de ser
protegidos religidsamente, y el poder público tiene obligación de
asegurar a cada uno el suyo, impidiendo o castigando toda viola­
ción de
la justicia» (núm. 2). En la defensa de estos derechos se
ha de tener especial cuidado
-escribe el Papa-con los más ne­
cesitados: «Porque la clase rica, fuerte ya de por sí, necesita me­
nos la defensa pública; mientras que las clases inferidres, que no
cuentan con propia defensa, tienen una especial
n=idad de en­
contrada en
el patrocinio del mismo Estado. Por lo tanto, el Es­
tado debe ditigir sus cuidados y su providencia preferentemente
hacia los obreros» (ibidem).
Así, resumiendo
tdda esta exposición, podemos decir que la
condena del sistema socialista pasa por estos tres grados, que son
como tres niveles de respetabilidad ordenados ahora en el orden
inverso al de mi exposición.
El primero es el respeto a la persona
·frente a la sociedad por ser anterior, fundamento y fin de ella mis­
ma; el segundo, el derecho a la propiedad como expresión del do­
minio personal del hombre sobre su entorno; el tercero, el respeto
a las diferencias individuales en las que se plasma cada personali­
dad y
su peculiar constribución a la sociedad económica. Pero, a su
vez, cada una de estas afirmaciones fundamentales tiene su propia
medida reguladora, para que
el legítimo y necesario orden social no
se convierta en una explotación del hombre por el hombre. Estos
tres principios y
su respectiva medida han sido y pueden seguir
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siendo los puntos de referencia en la construcción de una sociedad
económicamente justa y progresiva,
al servicio del hombre enten­
dido siempre en la totalidad de
sus dimensiones y que, como tan­
tas veces lo recuerda León
XIII en este magnífico documentd, se
entiende plenamente en su referencia a Dios, teniendo en cuenta
que, en cuestión tan difícil, según las palabras finales de la
Rerum
novarum -en perfecta sintonía con las iniciales-«el verdadero
y radical remedio tan sólo puede venir de la religión y que todos
deben persuadirse de cuán necesario
es volver plenamente a la
vida cristiana, sin la cual aun los medios más prudentes y que se
consideren lds más idóneos en la materia de muy poco servirán
para lo que
se desea» (núm. 48).
TEOLOGIA DE LA LIBERACION
Y DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
POR
CARMELO E. PALUMBO ('")
I. ESTADO DE LA CUESTIÓN
Sin ambages ni rodeos nos referiremos a la Teología de la
Liberación en Latinoamérica, a la más difundida, a
la que tuvd y
sigue teniendo gravitación en la vida pública; aquella
TL que
condujo a tomar el fusil y
la metralleta a los P. P. Camilo Torres,
Cardenal y D'Escoto; a aquella que inspiró a G. Gutiérrez, Boff,
Puijagné, Segundo Galilea; a la TL que
logró colocar un presi­
dente electo en Haití, al ex-sacerdote salesiano Arístide; aquélla
a la que
se dirige en forma directa y terminante la instrucción va­
ticana Libertatis nuntius, cuando rechaza el mesianismo tempo-
('") Universidad Católica Argentina. Centro de Investigaciones de Etica
Social (CIES).
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